Su amigo Pablo Neruda

Las piedras de Chile. Dedicatoria UNADJUSTEDNONRAW_thumb_66c UNADJUSTEDNONRAW_thumb_668

 


Pablo Neruda era un gran amigo de Maria Martner y su esposo Dr. Francisco Velasco. Esta amistad comenzó en 1952 y duro hasta la muerte del poeta.  El Dr. Velasco relata en su libro «Neruda el gran amigo:

Por esos primeros años de nuestra amistad, Marie, mi mujer, iniciaba sus trabajos en murales de piedras de colores naturales; como en casa no había espacio suficiente por el gran tamaño de estos, logro ejecutar sus trabajos en una escuela que estaba justo enfrente, Allí realizo y termino su primer gran mural. Nunca había hablado de su trabajo a Pablo, por pudor y modestia quizá, por no considerarlo lo suficientemente bueno , tal vez.  No pude aguantar la tentación de mostrárselo a Pablo, Lo lleve a la escuelita. Se detuvo frente a el, lo contemplo por momentos y exclamo:» y Marie hace esto y no me ha dicho nada». No hubo otro comentario ni se hablo mas del asunto pero, a los pocos días, nos invito a almorzar; tenia un aspecto de niño travieso y juguetón, y Matilde , muy sonriente. Al final de la comida y con grandes preámbulos y suspenso , nos lee el magnifico poema «piedras para Maria, publicado después en el libro «Las piedras de Chile» y donde incluye fotografías de tres trabajos de Marie. Quedamos emocionados y mudos y el feliz.  Desde ese momento se constituyo en su admirador y promotor, consejero y relacionador publico.

PIEDRAS PARA MARÍA LAS piedrecitas puras,
olivas ovaladas
fueron antes
población
de las viñas
del océano,
racimos agrupados,
uvas de los panales
sumergidos:
la ola las desgranaba,
caían en el viento,
rodaban al abismo abismo abismo
entre lentos pescados,
sonámbulas medusas,
colas de lacerantes tiburones,
corvinas como balas!
las piedras transparentes,
las suavísimas piedras,
piedrecitas,
resbalaron
hacia el fondo del húmedo reinado,
más abajo, hacia donde
sale otra vez el cielo
y muere el mar sobre sus alcachofas.
Rodaron y rodaron
entre dedos y labios submarinos
hasta la suavidad inacabable,
hasta ser sólo tacto,
curva de copa suave,
pétalo de cadera.
Entonces arreció la marejada
y un golpe de ola dura,
una mano de piedra
aventó los guijarros,
los desgranó en la costa
y allí en silencio desaparecieron:
pequeños dientes de ámbar,
pasas de miel y sal, porotos de agua,
aceitunas azules de la ola,
almendras olvidadas de la arena. Piedras para María!
Piedras de honor para su laberinto!
Ella, como una araña
de piedra transparente,
tejerá su bordado,
hará de piedra pura su bandera,
fabricará con piedras plateadas
la estructura del día,
con piedras azufradas
la raíz de un relámpago perdido,
y una por una subirá a su muro,
al sistema, al decoro, al movimiento,
la piedra fugitiva,
la uva del mar ha vuelto a los racimos,
trae la luz de su estupenda espuma.

Piedras para María!

Ágatas arrugadas de Isla Negra,
sulfúricos guijarros
de Tocopilla, como estrellas rotas,
caídas del infierno mineral,
piedras de La Serena que el océano
suavizó y luego estableció en la altura,
y de Coquimbo el negro poderío,
el basalto rodante
de Maitencillo, de Toltén, de Niebla,
del vestido mojado
de Chiloé marino,
piedras redondas, piedras como huevos
de pilpilén austral, dedos translúcidos
de la secreta sal, del congelado
cuarzo, o durísima herencia
de Los Andes, naves
y monasterios
de granito. Alabadas
las piedras
de María,
las que coloca como abeja a clara
en el panal de su sabiduría:
las piedras
de sus muros,
del libro que construye
letra por letra,
hoja por hoja
y piedra a piedra!
Hay que ver y leer esta hermosura
y amar sus manos
de cuya energía
sale, suavísima,
una
lección
de piedra.